Aprender significa cambiar, en el sentido de ampliar, mejorar o sustituir saberes. Este cambio ocurre, invariablemente, relacionando lo nuevo que se está aprendiendo con lo que ya se sabía. Al inicio de nuestras vidas, se combinan instintos y aprendizajes necesarios, porque su finalidad esencial del aprendizaje es sobrevivir en el hábitat de lo humano. No se necesitan grandes justificaciones o motivos cuando se aprende por necesidad.

Consecuencia inicialmente de la necesidad, aprender se convierte en actitud, es decir, predisposición personal, mental y anímica, una especie de resorte interno que impulsa creencias y orienta maneras de ser, comunicarse y comportarse.

Las actitudes se aprenden en la práctica, imitando, observando, sintiendo, experimentando, adaptando y creando maneras propias. Quizás por ello es por lo que cambiar actitudes no es fácil. Generalmente se van reforzando con el tiempo hasta convertirse en paradigmas inconscientes que influyen consistentemente en nuestra conducta.

Formar la actitud de aprender a aprender, por gusto y no por obligación, no será tanto el producto de instrucción como del ejemplo, la curiosidad, la pregunta constante, el conocimiento de sí mismo, y un ambiente sostenido en actitudes favorables al fomento de la constancia y la disciplina, para avanzar en el camino de aciertos y errores del aprender a aprender.